La verdadera tragedia mundial por COVID-19 en la edad pediátrica

Por Carmen I. Suárez Martínez, MD, FAAP,  Pediatra

Indudablemente vivimos tiempos muy difíciles en donde la vida que conocíamos hasta el final del 2019 es muy distinta a nuestra realidad actual. Si bien es cierto que los adultos mayores cargan con mayor severidad y mortalidad por COVID-19 que los pacientes pediátricos, los efectos de esta pandemia en los niños y adolescentes trascienden la propia enfermedad. No nos referimos a la enfermedad per sé, sino a la falta de la rutina de vida tan necesaria e importante para el desarrollo físico, social, emocional y educativo de nuestros niños y adolecentes. Nos referimos a las consecuencias en términos de mortalidad y secuelas que aún desconocemos.

Entre los efectos médicos causados por esta pandemia está la interrupción de las visitas de rutina a los pediatras. Se ha reportado una disminución de hasta un 44% en estas visitas. El mayor enfoque de las visitas de rutina es la prevención de enfermedades y accidentes, y es donde se identifican factores de riesgo o problemas relacionados al desarrollo u otras condiciones médicas. Sabemos que el  retraso en la identificación de estos asuntos puede provocar un tratamiento tardío que repercute en un resultado inferior, pues, muchos de estos, si se diagnosticaran temprano, tendrían un mejor pronóstico. Las visitas de rutina también son la oportunidad donde el pediatra y los padres discuten asuntos familiares que pueden estar afectando al paciente y su entorno.

Además, las visitas de rutina coinciden con las de vacunación.  Sabemos que las vacunas son la herramienta de salud pública más efectiva y que impacta durante toda la vida en la reducción de enfermedades contagiosas. Desafortunadamente, debido a esta pandemia, la vacunación ha sido interrumpida y atrasada.  En mayo del 2020, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (“CDC”) estimó que en el estado de Nueva York hubo un 91% de reducción en la vacunación de niños mayores de 2 años. En Michigan se encontró que menos del 50% de los menores de 5 meses estaban al día con sus vacunas.  Así mismo, Pakistán reportó que uno de cada dos niños no recibieron las vacunas requeridas. La Organización Mundial de la Salud (“OMS”) y Unicef alertaron sobre la disminución en la vacunación mundial y estimaron  que al menos 80 millones de niños menores de un año estaban a riesgo de contraer difteria, sarampión, polio y hepatitis B en los próximos años. No solo está en riesgo la salud social, sino que el costo económico que estas enfermedades provocan son enormes. Por ejemplo, se estima que la influenza solamente cuesta alrededor de 11 millones de dólares anualmente en los Estados Unidos.

Otro efecto significativo en nuestros pacientes pediátricos a consecuencia de la pandemia es en la nutrición. Se está observando una nutrición de pobre calidad que impacta directamente en el peso adecuado y en la falta de nutrientes necesarios. La escuela  solía ser el lugar donde los  estudiantes obtenían al menos una o dos comidas  balanceadas y en proporciones saludables a diario, pero desafortunadamente la escuela se vio interrumpida. Sabemos que el costo de la comida saludable es mayor y nos enfrentamos a unos niños y adolescentes cuyos padres tal vez han perdido su trabajo y hay una limitación económica que afecta la obtención de alimentos recomendados para asegurar una nutrición de buena calidad.

De igual forma, el tiempo de juego, la actividad física y contacto con los pares ha tenido que ponerse en pausa a consecuencia de la pandemia. El juego es esencial para el desarrollo de los niños pues contribuye al buen estado cognoscitivo, físico, social y emocional. El jugar permite que los niños sean creativos y desarrollen la imaginación, y les permite explorar el mundo en una forma libre de estrés.  El juego es importante en proveer la experiencia de trabajar en equipo, compartir, negociar, resolver conflictos y defenderse.  Mediante el juego se practica la toma de decisiones, se descubren áreas de interés, contribuye a tener buena estima propia y los niños comienzan a entender porqué hay reglas y la importancia de seguirlas por el bien común. Asimismo el juego activo es  importantísimo en evitar la obesidad. En adolescentes, el tiempo libre debe de ser parte de su estilo de vida por las mismas razones que lo es el juego en los niños. La Comisión de las Naciones Unidas por los Derechos Humanos estipula que el juego es un derecho que tiene todo niño.

Sin embargo, por la pandemia, no es seguro estar en lugares donde pueda aglomerarse gente y tampoco es prudente compartir con personas fuera del núcleo familiar, y por ende, el juego y la interacción se ha visto grandemente afectada. Como consecuencia, el tiempo de juego se ha provocado un aumento en el uso de la tecnología, que en exceso no es saludable.

En cuanto a la educación, se reconoce que la mayoría de los estudiantes aprenden mejor cuando están físicamente en el salón de clases. La escuela proporciona la oportunidad de desarrollar herramientas sociales y emocionales. Reciben una o dos comidas saludable, se ejercitan, comparten con compañeros de su misma edad y algunos reciben ayudas extracurriculares. Como consecuencia de la interrupción de asistir a la escuela, la salud mental de los estudiantes ha sido afectada. Se está reportando un nivel de ansiedad y depresión  nunca antes visto. De igual manera, se afecta el nivel de ansiedad en los padres que ahora tienen mayor responsabilidad en los asuntos académicos de sus hijos sin necesariamente tener los recursos de tecnología o la preparación necesaria.

En adición, estar escuchando sobre el COVID-19, las hospitalizaciones, la muerte de personas que en ocasiones son conocidas o familiares, también aumenta la ansiedad y depresión que se reporta. El CDC publicó que las visitas a salas de emergencias por asuntos de salud mental han aumentado en más de un 24%. Los padres reportan un aumento de un 14% en empeoramiento de problemas de conducta. El miedo a la enfermedad o que sus seres queridos se enfermen es muy real en la mente de los niños y jóvenes y requiere atención.

En mayo del 2020, la Universidad de Johns Hopkins demostró por un modelo científico que alrededor de 6,000 niños morirían diariamente por las interrupciones de salud secundarias al COVID-19. Esta mortalidad no contempla muertes directas por COVID-19.  La OMS entiende que por falta de vacunación, diagnóstico y tratamiento tardío de enfermedades, la falta de tratamiento para la malnutrición, el aumento en mortalidad materna y natimuertos, unas 20,000 personas podrían morir diariamente. Según Heather Ignatius, Directora del “US and Global Advocacy Team for the Nonprofit PATH”, “los estimados que estamos mirando indican que al finalizar el primer año de esta pandemia, perderemos 2.3 millones de niños solamente por la interrupción de los servicios”. Todas las cifras coinciden y no dejan de ser aterradoras. Las causas de estas muertes no dirán COVID-19.

Es incorrecto pensar que el resultado de la pandemia por COVID-19 en la población de los niños y adolescentes es  leve. Los efectos directos de la enfermedad pueden no ser severos en la mayoría de los casos pediátricos. No obstante, los efectos asociados a la pandemia, descritos anteriormente, impactan el bienestar y la salud de la población pediátrica de una manera sumamente preocupante y nunca antes vista.

Referencias: Academia Americana de Pedriatría

UNICEF

Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (“CDC”)

Organización Mundial de la Salud (“OMS”)

Axios

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